Lactancia y Ecología
La lactancia materna siempre ha sido una práctica ecológica. Tiene su origen en la aparición de los mamíferos sobre la tierra hace millones de años y en consecuencia es anterior a la ecología como disciplina humana. No podría ser catalogada de otra manera la estrategia evolutiva que le ha permitido a la especie humana sobrevivir durante siglos. La lactancia nos confirma que somos mamíferos, condición que nos permite alimentar a nuestras crías con la secreción (leche materna) que producen nuestras mamas.
La lactancia materna es una práctica natural, de alimentación y crianza que protege el medio ambiente ya que no consume recursos naturales y no genera desechos. Pero sobre todas las cosas, la lactancia es ecológica porque garantiza la salud y la vida de los niños y las niñas, y por ende la permanencia de la especie humana sobre la tierra. No en vano, la naturaleza ha equipado a las mujeres con todo lo que hace falta para producir leche materna en la cantidad y calidad que requieren sus crías. Y también ha hecho lo propio para que las/los bebés succionen el pecho materno inmediatamente al nacer. Estamos en presencia de una ecuación perfecta que durante siglos ha funcionado sin ningún inconveniente.
En el siglo XXI la lactancia materna sigue siendo ecológica. El problema es que ya casi no amamantamos. La industria que fabrica fórmulas infantiles nos ha alejado de lo humano, de lo mamífero, de lo natural. Nos ha embarcado en un viaje casi sin retorno, del cual sólo unas cuantas mujeres en el mundo han logrado escapar. La producción, distribución, comercialización y consumo de fórmulas infantiles ha puesto al amamantamiento humano al borde de la extinción y ha causado gravísimos daños a la naturaleza y al ser humano.
El proceso productivo y la comercialización de fórmulas infantiles consumen enormes cantidades de energía, agua y otros recursos no renovables. Por cada millón de bebés que consumen fórmula infantil se utilizan 150 millones de latas fabricadas con 23,3 millones de toneladas de metal y empaquetadas con más de 33 millones de toneladas de papel. Por si fuera poco, el instrumento por excelencia para administrar la fórmula infantil a los y las bebés es el tetero, artefacto fabricado con plástico que en la mayoría de los casos contiene Bisfenol-A (BPA) un químico altamente tóxico que contamina el medio ambiente y produce efectos negativos en la fertilidad de la población. En un año sólo una marca conocida de teteros produce y vende más de 20 millones de unidades a nivel mundial.
El consumo indiscriminado de recursos naturales y la generación de enormes cantidades de desecho son apenas parte de los daños que ocasiona la industria de fórmulas infantiles en el mundo entero. No olvidemos que el consumo masivo de estas fórmulas produce graves daños a la salud de los y las bebés no sólo en el corto plazo sino a lo largo de sus vidas. Las 4 enfermedades más comunes en la infancia (enfermedades gastrointestinales, infecciones respiratorias, otitis, infecciones urinarias) están asociadas al consumo de fórmulas infantiles.
La defensa y protección del ecosistema pasa necesariamente por ser consientes de las prácticas que amenazan al planeta y a la vida en este, y la “alimentación” con fórmulas infantiles es sin duda una de las más importantes. A partir de este conocimiento nos toca a todos y todas luchar para rescatar la lactancia materna.
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